La ladera azul de Mons. Proaño
6 mayo, 2015
Solo
el trabajo es lo que hace surgir el paraíso o el reino de Dios en la tierra o
desde la tierra, que no quiere decir el descuido, la indiferencia, la
marginación o el olvido de la presencia –no ficticia- del Dios vivo y verdadero
en la historia. El trabajo es lo que convierte los eriales en oasis, la vida
inerte y estéril en memoria fecunda y promesa de eternidad. Así se intuye de
una historia (Ladera azul) escrita
por Mons. Leonidas Proaño para un programa radial, otrora llamado Vida Imbabureña:
el trabajo es lo que hace surgir el paraíso o el reino de Dios en la tierra o
desde la tierra, que no quiere decir el descuido, la indiferencia, la
marginación o el olvido de la presencia –no ficticia- del Dios vivo y verdadero
en la historia. El trabajo es lo que convierte los eriales en oasis, la vida
inerte y estéril en memoria fecunda y promesa de eternidad. Así se intuye de
una historia (Ladera azul) escrita
por Mons. Leonidas Proaño para un programa radial, otrora llamado Vida Imbabureña:
“Lo
del nombre es solo ocurrencia mía. Se va allá, desde Ibarra, por la línea del
ferrocarril a San Lorenzo. Se pasa por frente de la hacienda Cananvalle. Luego, las líneas del ferrocarril
hacen una grande y pronunciada curva. Allí es.
del nombre es solo ocurrencia mía. Se va allá, desde Ibarra, por la línea del
ferrocarril a San Lorenzo. Se pasa por frente de la hacienda Cananvalle. Luego, las líneas del ferrocarril
hacen una grande y pronunciada curva. Allí es.
“He
visitado repetidas veces ese sitio, desde que fui estudiante. A la derecha,
verdes potreros, en los que pacen plácidamente las vacas de la hacienda. A la
izquierda, una ladera abrupta. Nos gustaba treparnos por ella, para contemplar
desde arriba los potreros y cañaverales de Conraqui
y de San José, las casitas
blancas de Cobuendo, las crestas del Yanaurcu y de la Viuda.
visitado repetidas veces ese sitio, desde que fui estudiante. A la derecha,
verdes potreros, en los que pacen plácidamente las vacas de la hacienda. A la
izquierda, una ladera abrupta. Nos gustaba treparnos por ella, para contemplar
desde arriba los potreros y cañaverales de Conraqui
y de San José, las casitas
blancas de Cobuendo, las crestas del Yanaurcu y de la Viuda.
“A
más de abrupta, esa ladera ha sido siempre estéril. Pencos y chichabos cubrían
la tierra dura, formando obscuras y espesos matorrales, en donde tenían morada
lagartijas y culebras.
más de abrupta, esa ladera ha sido siempre estéril. Pencos y chichabos cubrían
la tierra dura, formando obscuras y espesos matorrales, en donde tenían morada
lagartijas y culebras.
“Casi
junto a la línea del ferrocarril, en un remanso de la tierra, al borde de una
acequia, por la que se despeñaba dando gritos el agua, crecía un espino,
coronado por una coipa verde y espesa.
junto a la línea del ferrocarril, en un remanso de la tierra, al borde de una
acequia, por la que se despeñaba dando gritos el agua, crecía un espino,
coronado por una coipa verde y espesa.
“Una
vez, hicimos allí un simulacro de guerra. Un bando estableció al pie del espino
su cuartel general, y debía defenderlo hasta el heroísmo. El otro bando se
escondió detrás de los matorrales, para maniobrar desde allí y tratar de
apoderarse del espino. La batalla fue furiosa, Hubo heridos, prisioneros y
muertos de cólera… A pesar de todo, esa fue una tarde muy amena y largamente
comentada durante el trayecto de regreso.
vez, hicimos allí un simulacro de guerra. Un bando estableció al pie del espino
su cuartel general, y debía defenderlo hasta el heroísmo. El otro bando se
escondió detrás de los matorrales, para maniobrar desde allí y tratar de
apoderarse del espino. La batalla fue furiosa, Hubo heridos, prisioneros y
muertos de cólera… A pesar de todo, esa fue una tarde muy amena y largamente
comentada durante el trayecto de regreso.
“Parecía
que el sitio aquel estaba condenado a ser siempre un erial, el contraste
perpetuo entre la verdura de los potreros de enfrente y el color cenicientos de
los chichabos de acá.
que el sitio aquel estaba condenado a ser siempre un erial, el contraste
perpetuo entre la verdura de los potreros de enfrente y el color cenicientos de
los chichabos de acá.
“Pero,
-hace ya de esto algunos meses- me llevé una gran sorpresa. Fuimos por allí un
día, para procurar descanso al espíritu en la contemplación de la bella
naturaleza. La ladera abrupta había sido transformada. Había dejado de ser
estéril. En todo su extensión había sido dividida. En cada parcela trabajaba un
hombre, en compañía de su mujer o de su hijo. La dura tierra había sido
roturada. El agua, que antes se despeñaba desperdiciándose, era ahora para el
regadío de la tierra desmenuzada. Papas y arvejas habían sembrando los
campesinos. Y las maticas crecían verdes y lozanas, La ladera estaba
inconocible. Era tan intenso el verde de las tiernas plantitas, que los ojos
creían ver una mancha azul en cada sembrío.
-hace ya de esto algunos meses- me llevé una gran sorpresa. Fuimos por allí un
día, para procurar descanso al espíritu en la contemplación de la bella
naturaleza. La ladera abrupta había sido transformada. Había dejado de ser
estéril. En todo su extensión había sido dividida. En cada parcela trabajaba un
hombre, en compañía de su mujer o de su hijo. La dura tierra había sido
roturada. El agua, que antes se despeñaba desperdiciándose, era ahora para el
regadío de la tierra desmenuzada. Papas y arvejas habían sembrando los
campesinos. Y las maticas crecían verdes y lozanas, La ladera estaba
inconocible. Era tan intenso el verde de las tiernas plantitas, que los ojos
creían ver una mancha azul en cada sembrío.
“Hace
poco, hemos vuelto a visitar el paraje. Ya no hay plantaciones de papas ni de
arvejas, Los campesinos han cosechado
sus frutos y luego han sembrado maíz, a fin de lograr de esta manera dos
cosechas en el año.
poco, hemos vuelto a visitar el paraje. Ya no hay plantaciones de papas ni de
arvejas, Los campesinos han cosechado
sus frutos y luego han sembrado maíz, a fin de lograr de esta manera dos
cosechas en el año.
“Las
plantas de maíz están altas y azules. La brisa fuerte, que sube por la cuenca
del Chorlaví, hace vibrar sus hojas y
les arranca una canción de vida emocionante.
plantas de maíz están altas y azules. La brisa fuerte, que sube por la cuenca
del Chorlaví, hace vibrar sus hojas y
les arranca una canción de vida emocionante.
“Por
una puerta de palos sale un hombre a caballo. Gordo y moreno. Altivo y alegre.
una puerta de palos sale un hombre a caballo. Gordo y moreno. Altivo y alegre.
– ¿De quién es este sembrado? –le preguntamos-.
– Mío es este “huasipunguito” –contesta con una alegría indescriptible-.
“Le
pedimos permiso para atravesar por el sembrado. Y nos encumbramos, por entre
los altos y azules maíces, con la intención de salir a la carretera. Pero,
desde una parte alta, nos quedamos absortos, mirando y remirando esta ladera
azul, que antes no más fue ladera cenicienta.
pedimos permiso para atravesar por el sembrado. Y nos encumbramos, por entre
los altos y azules maíces, con la intención de salir a la carretera. Pero,
desde una parte alta, nos quedamos absortos, mirando y remirando esta ladera
azul, que antes no más fue ladera cenicienta.
“¡Que
maravillas puede hacer el trabajo del hombre! ¡Y cuantas tierras hay
abandonadas y estériles, cuando el trabajo pudiera hacerlas fecundas!”
maravillas puede hacer el trabajo del hombre! ¡Y cuantas tierras hay
abandonadas y estériles, cuando el trabajo pudiera hacerlas fecundas!”
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