La Iglesia en los países americanos
3 julio, 2013
Si existe un aporte a la temática por parte de los EEUU
–norteamericanos- esa es el motivo de la guerra de secesión (1861-1865). Los
terratenientes de los estados del sur
(muchos provenientes de familias españolas), que se habían enriquecido con la
explotación de los esclavos africanos y cuyo capital impulsó y sostuvo la industria
de los estados del norte, veían necesario responder a los limitantes impuestos por el poder industrial del norte, obviamente los sabios del norte
respondieron con el flamear del pendón de la libertad para los pobres esclavos
(que casi no se consigue).
Sí escandaliza la
inhumana explotación de los esclavos africanos, no se debe olvidar que cada
esclavo era una inversión para el dueño de la plantación (un capital que debía
cuidar); cosa absolutamente diversa con la explotación de los indios (los
habitantes de las tierras –los señores de las tierras-), que eran abundantes en
las colonias españolas y portuguesas, y por quienes los terratenientes
(patroncitos) no pagaban nada.
La infamia no
termina en ese caldo demoniaco, además esas gentes satanizaron todas las cosas
de los indígenas, es decir, todo aquello de los indígenas era menos que nada,
algo para extirpar “obra del demonio”. Lo increíble es que los mismos indígenas
(algunos) aprendieron a repudiar lo suyo, el ejemplo conspicuo lo provee el
inca Garcilaso de la Vega (1539-1616). Este mestizo, negado de retornar al Perú
debido al destierro impuesto por el virrey Francisco de Toledo (1516-1582) a
todos los descendientes de las familias indígenas nobles, terminó sus días en
España, escribiendo loas a los reyes y señoritos y condenando a su misma sangre
(Comentario real de los Incas; Historia General
del Perú).
La “Encomienda” y la “Reducción” (instancia para implantar la “Doctrina”) fueron
instrumentos pensados para evangelizar (trasmitir la fe, «bien absoluto»
que estaba sobre la vida –como afirma Francisco de Vitoria-). Así, los indios debían
estar agradecidos por semejante e incalculable don. La barbaridad de la
explotación y sus efectos desarrollaron tradiciones, costumbres y estructuras
sociales encarnadas e intocadas, incluso hasta estos días.
Mons. Oscar A.
Romero escandalizó algunas gentes, de las altas esferas “católicas”, quienes le
etiquetaron con el membrete de “comunista”, simplemente porque denunciaba que
no se debe abusar del hermano pobre. El hecho muestra que está pendiente una
condena a ese “falso catolicismo”, que algunos vivieron y viven en América. Esa
caricatura de fe tiene como su marca propria el irrespeto a la palabra propia
de la gente y en la practica de quitar incluso el deseo de que existan palabras
auténticas en la América India. No se puede llamar palabras auténticas a
copiones (palabras sin alma, embutidas de pensamientos ajenos), aún peor es suponer
que en estos cinco siglos de vivencia del Evangelio no se ha hecho nada y que
la vivencia de la fe no ha sido auténtica. Será por eso que aún se escucha
descuartizar a Túpac Amaru y callar a Blas Valera e ignorar y olvidar a
Leonidas Proaño. ¿Siempre vienen de otras partes a enseñar que es la verdad?
¡Que raro! El eco (¡Que no quede rastro de esta raza maldita!) resuena como en
día de la sentencia a Condorcanqui y
emerge la pregunta, después del tiempo trascurrido: ¿cuál? “raza maldita”. Lo
peor de la respuesta es que esa sangre también está en la tierra y necesita precisamente
purificarse por medio de la palabra auténtica, la única que salva.
Imagen de Santiago el Grande, Patrón de los conquistadores,
conocida también como Santiago mata indios. Escuela Cusqueña, siglo XVI.
Para exponer una
lectura del estado actual de la Iglesia en los países americanos es necesario
precisar que se trata de la Iglesia de los países de la América India. Este
detalle parece intrascendente o banal, pero no es así, pues revela una serie de
malas costumbres difundidas, consistentes en quitar o mermar la voz a las
gentes. Negando, de ese modo, el elemento fundamental de los seres humanos: la
palabra.
lectura del estado actual de la Iglesia en los países americanos es necesario
precisar que se trata de la Iglesia de los países de la América India. Este
detalle parece intrascendente o banal, pero no es así, pues revela una serie de
malas costumbres difundidas, consistentes en quitar o mermar la voz a las
gentes. Negando, de ese modo, el elemento fundamental de los seres humanos: la
palabra.
En las tierras de la
América –como la llamaron- desde la llegada de los extranjeros (europeos) las
gentes han soportado constantes maltratos y desprecios (sin olvidar los latrocinios,
las masacres, las mentiras y una larga sarta de ignominias). El maltrato a las
gentes americanas no se detuvo ni con el mestizaje, que más bien lo acrecentó, como
se ve en el gran José María Arguedas, El
zorro de arriba y el zorro de abajo (1968), donde se subraya la división
interna del ser humano en constante tensión de repudio y vergüenza.
No es difícil captar el estado de la Iglesia en los países americanos,
para ello basta considerar un hecho particular: la resistencia a reconocer “oficialmente”
el martirio de Oscar A. Romero, 1980.
América –como la llamaron- desde la llegada de los extranjeros (europeos) las
gentes han soportado constantes maltratos y desprecios (sin olvidar los latrocinios,
las masacres, las mentiras y una larga sarta de ignominias). El maltrato a las
gentes americanas no se detuvo ni con el mestizaje, que más bien lo acrecentó, como
se ve en el gran José María Arguedas, El
zorro de arriba y el zorro de abajo (1968), donde se subraya la división
interna del ser humano en constante tensión de repudio y vergüenza.
No es difícil captar el estado de la Iglesia en los países americanos,
para ello basta considerar un hecho particular: la resistencia a reconocer “oficialmente”
el martirio de Oscar A. Romero, 1980.
Si existe un aporte a la temática por parte de los EEUU
–norteamericanos- esa es el motivo de la guerra de secesión (1861-1865). Los
terratenientes de los estados del sur
(muchos provenientes de familias españolas), que se habían enriquecido con la
explotación de los esclavos africanos y cuyo capital impulsó y sostuvo la industria
de los estados del norte, veían necesario responder a los limitantes impuestos por el poder industrial del norte, obviamente los sabios del norte
respondieron con el flamear del pendón de la libertad para los pobres esclavos
(que casi no se consigue).
Sí escandaliza la
inhumana explotación de los esclavos africanos, no se debe olvidar que cada
esclavo era una inversión para el dueño de la plantación (un capital que debía
cuidar); cosa absolutamente diversa con la explotación de los indios (los
habitantes de las tierras –los señores de las tierras-), que eran abundantes en
las colonias españolas y portuguesas, y por quienes los terratenientes
(patroncitos) no pagaban nada.
La infamia no
termina en ese caldo demoniaco, además esas gentes satanizaron todas las cosas
de los indígenas, es decir, todo aquello de los indígenas era menos que nada,
algo para extirpar “obra del demonio”. Lo increíble es que los mismos indígenas
(algunos) aprendieron a repudiar lo suyo, el ejemplo conspicuo lo provee el
inca Garcilaso de la Vega (1539-1616). Este mestizo, negado de retornar al Perú
debido al destierro impuesto por el virrey Francisco de Toledo (1516-1582) a
todos los descendientes de las familias indígenas nobles, terminó sus días en
España, escribiendo loas a los reyes y señoritos y condenando a su misma sangre
(Comentario real de los Incas; Historia General
del Perú).
La “Encomienda” y la “Reducción” (instancia para implantar la “Doctrina”) fueron
instrumentos pensados para evangelizar (trasmitir la fe, «bien absoluto»
que estaba sobre la vida –como afirma Francisco de Vitoria-). Así, los indios debían
estar agradecidos por semejante e incalculable don. La barbaridad de la
explotación y sus efectos desarrollaron tradiciones, costumbres y estructuras
sociales encarnadas e intocadas, incluso hasta estos días.
Mons. Oscar A.
Romero escandalizó algunas gentes, de las altas esferas “católicas”, quienes le
etiquetaron con el membrete de “comunista”, simplemente porque denunciaba que
no se debe abusar del hermano pobre. El hecho muestra que está pendiente una
condena a ese “falso catolicismo”, que algunos vivieron y viven en América. Esa
caricatura de fe tiene como su marca propria el irrespeto a la palabra propia
de la gente y en la practica de quitar incluso el deseo de que existan palabras
auténticas en la América India. No se puede llamar palabras auténticas a
copiones (palabras sin alma, embutidas de pensamientos ajenos), aún peor es suponer
que en estos cinco siglos de vivencia del Evangelio no se ha hecho nada y que
la vivencia de la fe no ha sido auténtica. Será por eso que aún se escucha
descuartizar a Túpac Amaru y callar a Blas Valera e ignorar y olvidar a
Leonidas Proaño. ¿Siempre vienen de otras partes a enseñar que es la verdad?
¡Que raro! El eco (¡Que no quede rastro de esta raza maldita!) resuena como en
día de la sentencia a Condorcanqui y
emerge la pregunta, después del tiempo trascurrido: ¿cuál? “raza maldita”. Lo
peor de la respuesta es que esa sangre también está en la tierra y necesita precisamente
purificarse por medio de la palabra auténtica, la única que salva.
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Respuesta a un antitaurino
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