La gruta del socavón de Otavalo

agua fresca en la gruta otavaleña
Quienes
emprenden la romería a las Lajas (Ipiales), desde el centro del Ecuador, hacen
sus paradas en el Quinche y en el Socavón de Otavalo. El tal socavón, a
principios del siglo pasado, mantenía su aspecto agreste, hasta que se
construyó un pequeño techo de tejas donde los bañistas dejaban la ropa;
igualmente, se sembró y cuidó, durante varias años, un potrerito para que se
tomara el sol después o antes del baño; así mismo, las aguas frescas del
manantial que fluye de la gruta otavaleña fueron, después del terremoto de
1868, la ayuda oportuna ante la escases provocada por el cataclismo.

Otavalo es o era
un lugar caracterizado por la presencia del agua, de hecho, muchísimos surtidores
naturales se ubicaban en la ciudad y es digno de anotar la alegría y el orgullo
que sentían los otavaleños, de la segunda mitad del siglos pasado, cuando
hablaba de su piscina del Neptuno, “que –decían- sino es la primera en el
Ecuador al menos es la segunda”. Ciertamente, para las nuevas generaciones este
aspecto queda relegado o subyacente en su identidad. Mientras, también quedan ocultos u olvidados los empeños de algunos grupos (31 de Octubre, club Femenino
del Yamor, Pro-Gruta del Socavón) que buscaban promover el sitio para hacerlo a
la par de otros importantes lugares de peregrinación del Ecuador.

La roca, en el
interior del socavón, era el confín infranqueable, incluso para los niños
arriesgados y curiosos que frecuentaban las aguas de la gruta otavaleña; en esa
roca asentaron una réplica de la Virgen María e idealizaron en toda la colina
configurar un santuario (que recuperaría una antigua capilla del lugar), para
ese empeño el propietario (Daniel Antonio Guzmán) la donó al municipio con el
objetivo de que se le confiara la proyección y ejecución de la obra a un Comité
Constructor; ese es el sueño suscrito por Silvio Luis, obispo de Ibarra, con
motivo de perennizar el inicio del Concilio Ecuménico Vaticano II en 1962. Sin
duda, la gruta del Socavón es una responsabilidad pendiente de todo otavaleño
que siente la deuda con su suelo.
 

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