La ceguera: el amante

  ¿Abuelo, pregunto el niño, por qué los hombre no ven? ¿Por qué están ciegos?

El abuelo, que casi tenían cien años, no respondió. La pregunta del nieto le sorprendió. ¿Dónde estuviste? -dijo- .

Fui al pueblo a comprar un helado, después de nadar en la piscina.

¡Ah, por eso llegas tarde!

No, no es por eso. Me quedé elevado y después me quedé escuchando lo que decía la gente, porque vi a una señora que perseguía a su amante, corría descalza, estaba casi sin ropa, mostraba sus senos grandes y redondos; ella corría por la avenida, iba como chumada golpeándose la cabeza con un martillo; sus hijos la seguían, todos lloraban sobretodo uno pequeño, que estaba en brazos del papá, se veía morado. Ninguno veía nada, pero tenían los ojos abiertos, corrían y corrían uno tras otro, como jugando a las cogidas.

Abuelo: ¿Si la señora era casada, por qué tenía un amante? ¿Quién es un amante que no sea el marido?  ¿Por qué corrían por la avenida, uno tras otro? Toda la gente, que también corría y les vio decía que era una locura, qué estaban ciegos. ¿Todos estaban locos? ¿Por qué ninguno veía nada?

Abuelo: ¿verdad qué es una locura olvidarse de conversar? ¿Qué quién no sabe conversar se vuele ciego y loco? ¿Esa es la razón de la ceguera?

¿Abuelo, puedes enseñarme a conversar? Yo no quiero volverme loco. Tú eres viejo y puedes ver, debes saber conversar.

No -dijo el abuelo-. No puedo, la abuela era la única que perdía el tiempo en rezos. Debes comer para que sigas la marcha. 

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