La canción Vespertina de Mons. Leonidas Proaño

La
educación es un tema fundamental y es la responsable de la fortuna o la desventura
de las personas y de las sociedades, siendo también, el instrumento de
sometimiento y quizá la estrategia más ruin de engañar a los seres humanos,
pues cada individuo es configurado con conceptos aprendidos, muchos de los
cuales son asumidos como verdades inmutables, pero no se puede eludir que se
trata de un modo de comprender los eventos y las cosas, que obviamente están
sujetos al devenir de los acontecimientos, por tanto, están sujetos a la comprensión
que las gentes tienen de esos eventos y cosas.
Leonidas
Proaño, escribe cuando tiene dieciocho años una pequeña poesía con pretensiones
de  imitar al poeta conservador y
absolutista José Zorrilla (Valladolid, 1817 – Madrid, 1893); al parecer,
fascinado por  la descripción del tema de
ocaso del día. El poema de Proaño es una pieza de lirismo en la cual destaca el
afán del autor de describir la belleza del instante del morir la luz en el
Imbabura, que gracias a la orografía de las cordilleras andinas tiene
especiales características.
La
obra magistral de Richard Rortry, Philosophy
and the mirror of Natura
(Princeton University Press,1979), desvela la
inutilidad del pensamiento contemplativo que intenta comprender la realidad únicamente
por contemplarla,  fijando la tarea del filósofo
en una búsqueda por captar el acontecimiento, un hecho que depende de la voluntad
humana y puede ser modificado por la misma. Esta idea es percibida, también, por
el joven sacerdote Leonidas Proaño, como se puede observar en la pequeña
narración Ladera Azul, compuesta para
el programa radial Vida Imbabureña y
como después quedará fuertemente acuñada en la práctica pastoral del obispos de
la palabra y la libertad:
                 .          
La canción vespertina
Imitación
de “Crepúsculo” de Zorrilla
El
sol declina: tras la cordillera
va a ocultarse su disco
incandescente,
y cual las llamas
de una inmensa hoguera,
todo enrojece con
su fuego ardiente.
El sol declina:
sus postreros rayos
a la azuleja y
elevada cumbre
del Imbabura, de
celajes gayos
tiñen apenas con
su roja lumbre.
El sol declina: la
suave brisa,
al menear el
ramaje con su aliento,
y el claro regatillo
con su risa
entonan su canción
al firmamento.
El lindo pajarillo
entre las flores
también llena los
aires con su canto
y entona en su
lenguaje los amores
que debe a su
Creador tres veces santo.
Revolando en los
aires trinadora
la ligera y alegre
golondrina,
alza su voz dulcísima
y canora
la canción
entonado vespertina.
El indio
regresando de la arada,
después de la
faena trabajosa,
su triste y melancólica
tonada
entona con su
flauta cadenciosa.
El sol se fue…
la noche con su manto
todo cobija; y
cuando al postre rayo
Natura acaba de
entonar su canto,
dedícale también
mi pobre ensayo.
1928    

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