Escribir sobre monstruos: un tal Chiriboga


La fascinación que
despiertan los monstruos, en este tiempo, es para hacer un gran negocio,
obviamente, se trata de monstruos irreales que, para ser sincero, hacen daño pues
aleja de la realidad, corrompe las perspectivas y los enfoques e impiden
identificar los detalles de los monstruos reales.

Mis historias
pretenden desempolvar el trasfondo y la fuente que originan las imágenes
comunes; trasfondos y manantiales soterrados unos, marginados otros, censurados
la mayoría y casi todos justificados por mundos secretos. Una de las primeras
historias trata de un viejo recuerdo, un escalofriante recuerdo, que tiene como
protagonista una tal Chiriboga (digo Chiriboga, como puedo decir cualquier otro
nombre ficticio y no por eso menos real), era un hacendado, de aquellos que se
imaginaban tener sangre azul y asumían su papel en el mundo, un rol de superioridad
sobre los demás.

La imagen de ese
fantasma, ni tan viejo ni tan tan gordo, cabalgaba por la calle del Calvario
sobre un caballo bien ensillado y muy bonito. Todas las semanas, en mismo día,
el caballero recorría el camino de ida y de vuela; lo intrigante, es que
mientras el jinete se mecía en los lomos de tan esplendida cabalgadura,
corriendo o trotando paralelamente a él lo acompañaba (a pie) un joven que
además de mantener el paso portaba un maletín de cuero, igual de bello como el
caballo y diverso de las ropas de aquel sudoroso joven que sin sombrero marchaba
incluso en esos días de verano cuando el sol hiere inclemente.

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