Entre el P. Pozo y Mons. Maggi

Planta en tronco quemado. San Pedro de Pataquí, Imbabura.

Dos
hecho sorprenden en la vida eclesial ecuatoriana, en la segunda semana de
octubre, el primero la muerte violenta del P. Arturo René Pozo Sampaz;
 el segundo, la renuncia inesperada, a la sede
de Ibarra, de Mons. Valter Dario Maggi. Las causas de los dos eventos quedan en
la ignota prudencia.
El
quehacer de los sacerdotes está ligado a su desempeño ministerial, donde algunos  incluso ocupan encargos importantes dentro
de la organización y como parte de su función institucional; mas,  aquello que permanece de la gestión es la calidad
humana que cada sujeto muestra en tal desempeño. Vale parafrasear el famoso
principio eclesiológico, indicado por san Agustín: “soy pastor para ustedes,
soy cristiano con ustedes. La condición de pastor connota una obligación, la de
cristiano un don; la primera comporta un peligro, la segunda una salvación” (Sermón 340, 1).
No
es agradable observar que al final de los días, los sacerdotes terminen
arrinconados en una soledad indeseable; máxime, cuando ellos, un tiempo,
ejercieron cargos representativos y al final ni siquiera son  reconocidos en el pueblo de su nacimientos o
donde jugaron en la infancia, desconocidos para los amigos de la juventud o
para aquellos con quienes compartieron algún momento… a los viejos sacerdotes
solo les queda un mundo de recuerdos cansinos y cada vez más lejanos. Quizá,
para agudizar el tormento, les acompañaran algunos lambiscones o interesados,
si es que queda algo para empuñar en extremis o post mortem. Seguramente, la
caridad se expresará de forma oficiosa y misteriosa.
Que
queda de las sospechas, del despotismos autístico, del abuso de la autoridad o
del aprovecharse de un don de servicio para imponer intereses de grupos; peor aún,
para aprovecharse de las personas, de sus bienes y de sus cuerpos. Las
tremendas bófetas escandalizan y resuenan en muchas diócesis de la Iglesia,
cuyos trapos sucios quedaron guardados mientras se cambiaban unos por otros.
Mons.
Lorenzo Voltolini dejó la Arquidiócesis de Portoviejo antes de cumplir 75 años,
para dedicarse a la oración contemplativa, según dicen.  Mons. Valter Maggi deja Ibarra para regresar a
la casa paterna en un pueblecito del norte de Italia, después de un periplo por
el sur de la bota italiana (donde le ordenaron sacerdote), la costa ecuatoriana
(donde vino de misionero) y la provincia del viejo Imbabura (donde estuvo en la
sede de González Suárez, de Cesar Antonio Mosquera…). Mientras, otras colegas
despiden en la Basílica del Voto Nacional el  cuerpo sin vida del Padre Arturo Pozo… ¿Qué
queda de estás historias? Habrá que ver, más allá de los chismes que
alimentaron tantas decisiones  y tantos
pecados inconfesados…  la policía, por
su parte,  se ha queda con las sabanas
azules para sus pesquisas y las otras investigaciones avanzan para restablecer
una idea de la Iglesia que no sea solo la expresión de un grupito y menos aún el
capricho de mayorales.

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