En el juicio al Cuervo falta lo católico


Este domingo los
periódicos refieren el juicio del Cuervo,
un siniestro personaje que se apodero de documentos personales del Papa
Benedicto XVI y los entregó a un periodista para que los publicase. Un crimen
de alcoba, pues significa que el mayordomo –hombre de confianza para los
asuntos de casa- traicionó la amistad de su patrón y sacrificó lo esencial en
el desempeño de su trabajo profesional: la discreción. El cuervo robó del
estudio del Papa documentos privados, correspondencia personal incluida.
Seguramente, el pobre
hombre que se encargaba del orden en la casa del Pontífice no recibía un
salario justo, que tuvo que rebuscar una justa compensación, o tal vez existe
otra motivación, que no sea solo el dinero. ¿Existe? Claramente, no será la “salus animarum”. ¿Cuál será?
Lo interesante en
esta historia “criminal” –casi diabólica- es que no se limita a un círculo
italiano –como podría ser la mafia de Mario Puzo o como los Borgia en otros
tiempos-, sino que implica a la toda la Iglesia Católica –incluyendo el último
bautizado en el más remoto y alejado sitio del mondo (con referencia a Roma –se
entiende, esto de “remoto y alejado”)-. Entendido católicamente el “crimen del
cuervo” y, peor aún, aquello que se encuentra detrás de este triste suceso,
necesita una investigación y un juicio católico. Investigación y juicio
católico que no alcanzo a ver en el proceso instalado en contra de Paolo
Gabriele en el Vaticano, pues ni la fiscalía, ni los jueces ni el defensor
tienen apellidos de otras tierras que no sean los de la bota europea. ¡O es el
concepto de católico que no se entiende! O tal vez, resulte interesante definir
la simple diferencia de entre Iglesia y grupito (casi secta, en algunos caso).
Lo que queda claro es que dentro de la olla hay algo que no está en buen estado
y hiede. ¿Desde cuando? No lo sé, solo y con mucho esfuerzo puede percibir  que algo no va bien.

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