El cocido gallego

Parecería exagerado además de un
espeluznante desacierto afirmar con contundencia alguna cosa del pueblo gallego
pues, la aguerrida fama, soltaría una dialéctica endiablada, mas escapan de
esas argucias la calidez de los buenos amigos, lo sabroso de la comida y la
exquisitez de la bebida que es –en mi opinión- la marca particular de Galicia.
Sobra decir que no se trata de pretensiones sibaritas, solo unos pocos se
pierden en discusiones sobre el bouquet
o retrogustos, en estricto sentido esos pareceres son inútiles, porque
distinguir lo bueno en este ámbito es constitutivo de la genética de la cultura
gallega.
Un ejemplo de esta afirmación es
el cocido gallego, cuyo secreto está en el agua y en que no es una vianda
improvisada, aunque podría serla, pero para que sea excelente todos los
ingredientes deben ser conocidos: los lacones y jamones salados y curados en
propiedad, igual que las papas, las alubias, las zanahorias, el repollo y los
grelos del huerto de la familia o del huerto de un vecino, lo mismo cabe decir
de los chorizos y las costillas ahumadas incluso de los muslos del pollo o de la
gallina que no pueden ser anónimos.
¡Qué misterioso arbitrio marcó una
cultura con semejante gusto! Reconozco con gratitud y admiración está marca particular
de buen gusto en la cultura gallega, donde hasta los huevos estrellados son
excelentes, especialmente si estos acompañan a un chuletón y a una ración de
vino tinto que pinte de burdeos el blanco de la taza de porcelana gallega.
Es tan fuerte el sentido
escatológico incrustado en las viandas gallegas que sin duda habla del buen
destino de quien cree en el Dios que invita a gustar de un banquete, de un gran
banquete, bien dice aquel pelegrino: “después de tanta fatiga, entonces comprendes
porque Dios creo Galicia”. ¿Se nota que
exagero? ¡Seguro, se puede decir lo contrario, entonces quedaré escaso! Pero
mientras la dialéctica se establece podemos cantar y probar unas sardinas
asadas al carbón o unos trocitos pulpito cocinado o unos pimientos de Padrón
fritos o unos percebitos sazonados con laurel… e incluso podemos beber un
albariño de las Rias Baixas o un
tinto de la Riviera Sacra.

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