El alma Imbabureña de Leonidas Proaño
9 mayo, 2015
Dña. Virginia Rodriguez, Mons. Leonidas Proaño, Dn. Victor A. Jaramillo (Otavalo)
La figura y el legado de grandes hombres
de una tierra -con el tiempo, la irreverencia, la perversidad y la envidia (que
nunca faltan)- se reducen a estereotipos, así desaparecen de la historia y se queda
apenas las cascaras cuya enjundia depende de las distintas manos que los tocan.
El caso de Mons. Proaño es patente, la abominable enfermedad de la estereotipo
ha licuado su ser de la historia dejando sombras interpretativas (arbitrarias y
ajenas) o, para usar la palabras de gran pastor de la Iglesia ecuatoriana, lo
han hecho semejante a los “caminos trillados” cuando él se esmeró por ser como
los “chaquiñanes para llegar a la cumbre”, en consonancia con el alma Imbabureña que llevó dentro y de la que escribió:
de una tierra -con el tiempo, la irreverencia, la perversidad y la envidia (que
nunca faltan)- se reducen a estereotipos, así desaparecen de la historia y se queda
apenas las cascaras cuya enjundia depende de las distintas manos que los tocan.
El caso de Mons. Proaño es patente, la abominable enfermedad de la estereotipo
ha licuado su ser de la historia dejando sombras interpretativas (arbitrarias y
ajenas) o, para usar la palabras de gran pastor de la Iglesia ecuatoriana, lo
han hecho semejante a los “caminos trillados” cuando él se esmeró por ser como
los “chaquiñanes para llegar a la cumbre”, en consonancia con el alma Imbabureña que llevó dentro y de la que escribió:
“Quiero hundir los ojos en el mar de la
belleza de mi tierra; quiero hundir los ojos de mi espíritu en el fondo
cristalino del alma imbabureña.
belleza de mi tierra; quiero hundir los ojos de mi espíritu en el fondo
cristalino del alma imbabureña.
“Pasen por mi fantasía sus demarcaciones,
no las demarcaciones meramente geográficas, sino aquellas que, siendo materiales,
la distinguen de las demás provincias hermanas, aquellas que hacen que Imbabura
sea Imbabura, aquellas que han dado su concurso para el moldeamiento del alma
del pueblo que se cría y amamanta en su seno.
no las demarcaciones meramente geográficas, sino aquellas que, siendo materiales,
la distinguen de las demás provincias hermanas, aquellas que hacen que Imbabura
sea Imbabura, aquellas que han dado su concurso para el moldeamiento del alma
del pueblo que se cría y amamanta en su seno.
“Cielo azul, montañas azules, lagos
azules, “hasta azulea su verdor de llano” –como ha cantado el poeta. Cielo
sereno, montañas tranquilas, aguas mansas, campos risueños. Cielo generoso, con
un sol y unas lluvias fecundantes, sin enojos sin jactancias; campos tendidos
perezosamente, sin arrugas hondas de las grandes convulsiones; aguas que nunca
tienen pesadillas cuando duermen, ni producen estrépito cuando ríen a la luz
del sol, de la luna y de las estrellas, y a la luz de los ojos de los hombres
que vienen de muy adentro a mirarlas…
azules, “hasta azulea su verdor de llano” –como ha cantado el poeta. Cielo
sereno, montañas tranquilas, aguas mansas, campos risueños. Cielo generoso, con
un sol y unas lluvias fecundantes, sin enojos sin jactancias; campos tendidos
perezosamente, sin arrugas hondas de las grandes convulsiones; aguas que nunca
tienen pesadillas cuando duermen, ni producen estrépito cuando ríen a la luz
del sol, de la luna y de las estrellas, y a la luz de los ojos de los hombres
que vienen de muy adentro a mirarlas…
“Ciudades blancas y alegres; pueblos
blancos también, pero a veces empolvados por le trajín de cada día; bosques de
eucalipto guardines de la tranquilidad y el trabajo; maizales extensos y
verdes, tan intensamente verdes, como si el azul intenso del cielo y de las montañas
se hubiera inyectado desde arriba, y como si desde abajo hubiera absorbido todo
el rico jugo de la tierra ennegrecida por las lluvias… Sementeras bordan los caminos; sementeras que
ya van conquistando las alturas; caminos que surcan los sembrados, caminos que
entrelazan los pueblos, “chaquiñanes” que ascienden a las cumbres… Y una locomotora que porfía… que porfía…
blancos también, pero a veces empolvados por le trajín de cada día; bosques de
eucalipto guardines de la tranquilidad y el trabajo; maizales extensos y
verdes, tan intensamente verdes, como si el azul intenso del cielo y de las montañas
se hubiera inyectado desde arriba, y como si desde abajo hubiera absorbido todo
el rico jugo de la tierra ennegrecida por las lluvias… Sementeras bordan los caminos; sementeras que
ya van conquistando las alturas; caminos que surcan los sembrados, caminos que
entrelazan los pueblos, “chaquiñanes” que ascienden a las cumbres… Y una locomotora que porfía… que porfía…
“Un gran silencio que rebosa vida. Una
alegría grande que no se desborda. Una aspiración inmensa que nunca desmaya.
Una paz sabrosa que nunca se duerme… Esta es la provincia de Imbabura ; estas
sus demarcaciones…
alegría grande que no se desborda. Una aspiración inmensa que nunca desmaya.
Una paz sabrosa que nunca se duerme… Esta es la provincia de Imbabura ; estas
sus demarcaciones…
“Y allí un pueblo noble, con el alma
serena y reflexiva, generosa y risueña, como son serenos y risueños su cielo,
sus montañas y sus lagos; con un alma sin ímpetus, pero perseverante ; con una
alma blanca y candorosa, con un alma sedienta y esforzada, con un alma que sabe
descubrir “chaquiñanes” –y no los caminos trillados- para llegar a las
cumbres”.
serena y reflexiva, generosa y risueña, como son serenos y risueños su cielo,
sus montañas y sus lagos; con un alma sin ímpetus, pero perseverante ; con una
alma blanca y candorosa, con un alma sedienta y esforzada, con un alma que sabe
descubrir “chaquiñanes” –y no los caminos trillados- para llegar a las
cumbres”.
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La ladera azul de Mons. Proaño
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