El agobio de una deuda: Abelardo Morán

Recibí
un pequeño legado (unos tres cartones cerrados con cinta de embalaje): libros,
revistas y manuscritos pertenecieron, seguramente, a uno de los caballeros de
Ibarra (de los que existieron con tal nombre en la Ciudad Blanca), don Abelardo
Morán.
La
primera noticia que tuve del Prof. Morán está ligada al estudio de los
distintos obispos de Ibarra; tema del cual el autor ibarreño  es pionero, al menos en proponer una
sistematización que comprende desde la fundación (1863) hasta el inicio de la
administración de Mons. Alejandro Pasquel Monje (1932). Este escrito (El Obispado de Ibarra. Disertación Histórica.
Quito, 1932), pese a haberse agotado desde hace años, está en la base de casi
todas las propuestas posteriores que tratan de la vida diocesana, de la
presencia del episcopado o de la personalidad de cada uno de los obispos y de
los administradores apostólicos que han ocupado la cátedra bajo la tutela de
San Miguel Arcángel.
Don
Abelardo Morán no solo se dedicó a los obispos sino, entre otra cosas
(colaboraciones para el Diario El
Comercio
–Quito- y el Diario La
Verdad
–Ibarra- o las agencias de Rector del Colegio Teodoro Gómez de la
Torre y de Director Provincial de Educación, etc.), fue el propulsor de la
creación del la Sociedad Cultural “Amigos de Ibarra” y de una revista
radiofónica (Vida Imbabureña) que
convocó a quienes cultivaron las artes en ese tiempo: Remigio Romero y Cordero,
Víctor M. Guzmán, Rafael Larrea Andrade, José Miguel Leoro, Leonidas E. Proaño,
Aurelio A. Ubidia, Luis F. Madera, Hugo Larrea Andrade, Alfredo Chaves Granja,
Enrique Terán E., Celso R. Moreno, Isaac J. Barrera, Francisco H. Moncayo,
Víctor G. Garcés, José Ignacio Burbano, Alfonso Gómez Jaime, etc.
Al
repasar las contribuciones de quienes hicieron la ciudad y su cultura de esta
tierras del Imbabura –con ocasión de leer las viejas publicaciones conservadas
en aquellos cartones- no puedo no agradecer la deferencia para quien puso en
mis manos semejante legado y recordar, en este tiempo en que la mediocridad se
anida en dirigentes y “autoridades”, la deuda que los vivos tenemos con
aquellos que se fueron. ¡Es ante esa presencia y ante esa mirada de los muertos
que deberíamos sentir vergüenza!

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