Claustro interno, San Francisco de Otavalo.

Desayuno en el Jardín de Duraznos

El Jardín de los Duraznos es un lugar de encuentro, de compartir, de conversar, de comprometerse… de esforzarse en ser personas. Un espacio que conmemora a Mons. Leonidas Proaño, quien guardaba y compartía los albaricoques de un árbol, que había en el antiguo edificio de la curia diocesana de Riobamba. Ese árbol es el que inspiró la poesía Tú… te vas…

La parroquia San Francisco de Otavalo, cuyo párroco, por mucho tiempo fue el P. Luis Placencia Gudiño, recibió en la parroquia a Mons. Leonidas Proaño, quien además siempre visitaba a Don Víctor Alejandro Jaramillo Pérez y a su esposa doña Virginia Rodríguez Dávila, sus padrinos de ordenación y feligreses de San Francisco.

Cuando fui nombrado párroco de aquella parroquia. El día de la posición, dentro del deplorable estado de los edificios de San Francisco, limpiamos el pequeño patio interno del claustro y en compañía de los asistente sembramos un árbol de durazno para indicar la continuación de la labor pastoral: «Un árbol como los árboles «que antes sembraron otros, que dará fruto y dará también semillas… que se convertirán en otros árboles».

Poco a poco recuperamos la parroquia de San Francisco de Otavalo, mediante un proceso de mantenimiento general de todos los edificios, con las técnicas adecuadas -un trabajo que parecía imposible y clamorosamente costoso- el resultado fue restaurar, dentro del conjunto patrimonial, uno de los pequeños claustros, que aún subsistían en el norte del Ecuador.

Cada sábado a los ocho de la mañana, en San Francisco, invitamos a compartir el desayuno a todos los que quisieran; el desayuno consistía en un buen café, una comida típica de las comunidades indigenas (papas con berro aderezadas con salsa de pepa de txambo), un jugo de mortiño y pan horneado en un horno de leña… todo para hablar, a propósito de un tema.

Igual, que el árbol de Taita Leonidas en Riobamba, el Jardín de los Duraznos de Otavalo sucumbió ante las necesidades de conseguir una seguridad económica, pero tanto el albaricoque y el Jardín de los Duraznos, como tantas cosas que inspira la vida de Mons. Proaño, está en el empeño de hacer realidad los valores del Evangelio, donde quiera que alguien sinceramente lo intente.

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