Demonios en P. Intriago y en los obispos de Guayaquil

Ascenso a la cumbre del Corazón entre soledad, neblina, barrancos, fríos, vientos…

¿Qué
demonio pudo poseer al P. Fernando Intriago? No recuerdo cuánto tiempo ha
pasado desde la última vez que vi a Fernando ¿Hará unos veinticinco o treinta y
cinco años? Pero, me despierto con la noticia (gk.city) de las prácticas
denominadas “dinámica del pecado”, las cuales serían un “método” para
fortalecer al candidato en la lucha contra el “mundo”; aunque, sin duda, tales
prácticas huelen a azufre desde el hecho que reclamen el silencio del
participante, peor aún si se realiza en un dormitorio y peor, todavía, cuando
se requiere la desnudes de los implicados; pero, ¿qué hay detrás de semejante
práctica? Una clamorosa despreocupación del cuidado de los sacerdotes, tarea propiamente
encargada a los obispos. De hecho, las responsabilidades de las prácticas de la
“dinámica del pecado” deben
 recaer, también,
sobre estos últimos, máxime cuando hubo llamados de atención desde años, casi
una década, según la citada publicación.
Mi
recuerdo de Fernando es la de un joven lector, aunque obsesionado con las “apariciones
del Cajas”, mas era alguien con quien se podía conversar: analizaba el tema, lo
criticaba y manifestaba su opinión. Cualidad rara y escaza cuando se trata de
jóvenes en formación para el sacerdocio, pues, la mayoría suelen repetir
algunas teorías de su preferencia, como si fuesen verdades inamovibles y absolutas.
¿Qué pasó con Fernando? ¿De dónde sacó esa práctica? La reminiscencia me dirige
al filme Primal FearRaiz del miedo  (Greogory Hoblit, 1996), en la cual el
Arzobispo de Chicago, que es asesinado, practicaba, con algunos muchachos, algo
denominado “sacar al demonio”.
No
es extrañar el pulular de prácticas grotescas cuando existen sistemas de
“pensamiento” obtusos y retrógrados basados en concepciones erradas del demonio
y del pecado, más grave es la obnubilación sobre el tema de la oración y
obviamente el descuido de la reflexión ética y moral, que no se puede entender
como si cada ser humano tuviese un software programado, desde siempre, por un
creador casi mágico, que le dice que es bueno o malo.
 

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