Del legado de obispo Maggi

Puerta recubierta de lamina de tol, pueblo andino

Valter Dario Maggi es
un obispo adscrito al grupo de aquellos “misioneros” extranjeros en el Ecuador
llegados, en los últimos años del siglo pasado y primeros de este, para ayudar
a las iglesias locales y de repente, sin muchos años de servicio y de
conocimiento de las situaciones concretas ecuatorianas, se convirtieron en obispos
titulares de las diócesis. El solo nombramiento fue ya una acción ofensiva para
los ecuatorianos, muchos más cuando se estudia algunas de sus actuaciones alejadas
de las realidades de los pueblos y del acontecer de la fe, precisamente por su juicio
díscolo y dispar con la cultura, alguno incluso no manejaba bien el idioma
castellano.

El inmenso impulso
propuesto, para el desarrollo de las Iglesias locales, por el Concilio Vaticano
II , en las tierras ecuatorianas resultó (nuevamente) sometido a los pareceres
europeos. Así, se restó, obnubiló, opacó y marginó la contribución de los
padres conciliares latinoamericanos; de hecho, estos padres son desconocidos en
la diócesis y el magisterio eclesial católico es como algo ajeno, al cual no ha
concurrido ningún aporte ni pensamiento de pastores nacidos en tierras
ecuatorianas y que se han formado desde sus culturas.

Pero, peor aún, que los
obispos extranjeros nombrados para servir a diócesis ecuatorianas, son aquellos
“ecuatorianos” cuyas mentes fueron colonizados por culturas ajenas; como si  no valdría ni respeto ni fuese algo digno su procedencia
cultural. Personajes como el gran cardenal Pablo Muñoz Vega sj o Mons. Leonidas
Proaño, por mención alguno, no tuvieron la continuación que meritaban; en cambio,
la Sede Apostólica proveyó de repetidores de mensajes foráneos al acontecer de
la fe en el Ecuador, incluso en iglesias, como la de Ibarra se aupó más que el
acento de las Españas en el uso de la lengua y hasta se intentó que los niños y
jóvenes cantasen las canciones de los oratorios italianos como  primera lengua.

¿Qué queda? A parte de
los guiñapos, que resultan del postrarse para alabar y sacar algún provecho de
la ocasión, sometiendo y humillando a sus hermanos, como es característico del
malinchismo ecuatoriano, queda -en mi opinión- un largo trabajo por realizar
desde la meditación respetuosa del legado de los verdaderos y dignos padres. El
momento del encargo de las diócesis ecuatorianas a obispos como Maggi, recuerda
a los hijos de la tierra, la actualidad del verso: Wairapamuscas, transeúntes fugases, / sin padres ni tierra. /
¿Habrá algo peor que la muerte? / ¡El olvido de lo que se debe querer! O parafraseando  a Mons. Proaño, se diría: “un camino no lo
hacen los vagabundos, sino quienes van a su hogar todos los días” (Creo en el hombre y creo en la comunidad,
 Quito, 1989).

Fermín H. Sandoval
ferminhomero@gmail.com

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