De la corrupción del periodismo en el Ecuador

Cerradura y cerradura. Gallarate, Italia, 2014


El
acierto más importante del gobierno de Rafael Correa –como subrayé en
pasados artículos- es la incorporación de nuevos actores en la palestra
política; gente joven, a simple vista, con buenas intenciones y comprometida en
cumplir con su trabajo sin la contaminación de las consuetas mañoserías de los
viejos políticos. Contrariamente, los anteriores gobernantes en vez de
sistematizar sus posiciones políticas, dándoles por lo menos una lógica interna,
corroboran las acusaciones con sus actitudes, sus respuestas, sus ineptitudes y
hasta su mala fe, igualmente se debe decir de los sirvientes, enquistados en
los medios de comunicación.



Los
viejos políticos y los viejos “comunicadores” en vez de aparentar ser ancianos
sabios, guardando una compostura digna, afilan sus uñas con las estrategias de
manipulación de la información pero lo que han logrado -hasta ahora- es hacen
brillar la presencia –indiscutible-, de una elite de aprovechadores que gobernaron
el país como hacienda propia. ¡Qué vergüenza!



Desgraciadamente,
las figuras de “periodistas” ecuatoriano, que tenían aurea de ser comprometidos
con la “verdad”, resultan -sin marcaras- ser lacayos de “patrones
infames”.  Sobre estos tales periodistas
pesa no solo la sospecha de haberse prostituido en el oficio sino que también
el ser cómplices de la opresión, de la miseria y del despotismo. Debería, los
“ilustres periodistas” imitar a los buenos obispos, que llegando a una
venerable edad debe callar y pedir perdón de aquello que hicieron mal y, sobre
todo, arrepentirse del bien que no dejaron hacer.

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