… de sectas, religión y política

La crítica no tiene espacio en algunos mundos, seguramente, porque estos mundos provienen del despotismo, ese sistema que establece e impone un solo pensamiento sobre cualquier otro, por lo tanto se define por el desprecio y marginación de quienes no piensan o creen como el líder. Ese despotismo engendró y generalizó algunas fórmulas como provenientes directamente del suelo de los dioses, por lo tanto inapelables e incuestionables como hitos que custodian a los pobres mortales, como si el destino de estos últimos fuese el ser eternamente la niñez. ¿Pero, esta arbitrariedad tiene fundamento fuera de la prepotencia? Las sectas, cualquiera que sea su ámbito político o religioso en todas sus especies, son la muestra clara de este endémico mal.
La imposición que inspira el temor al relativismo limita el ejercicio del pensamiento.   Cuantas cosas que parecen inamovibles son meros convencionalismos y fórmulas cuyas importancia no está en los términos de la formulación sino en aquello que los términos enuncian, más allá de la fórmula, más allá de los términos lingüísticos, por ejemplo, la celebración del “miércoles de ceniza” (que en rito ambrosiano, Italia, se celebran los domingos) u otras celebraciones cristianas que dependen de la cultura, lo esencial en estos casos está en la vivencia concreta del sentido religioso del ser humano y en el hecho de cercanía paternal de Dios en el caso del cristianismo católico, según el ejemplo citado.
La educación es el quicio vital en todos los ámbitos porque propicia el desarrollo del pensamiento y la consecución de la libertad ajena al sectarismo. El reto que se intuye en los campos académicos de las ciencias sociales, en estos momentos, es establecer y distinguir los factores esenciales de aquellos que son culturales, por lo tanto históricos y variables.  Los elementos culturales tienen su importancia, y no son triviales, pero requieren siempre reformularse. Pensar en las sociedades que se edificaran en este tiempo es responsabilidad de los hombres libres, de los cuales según Churchill  ocupaban solo el diez por ciento de quienes hacían política en el Reino Británico, en el tiempo del mítico ministro inglés, la mayoría, el ochenta por ciento, eran fardo y el otro diez por ciento provenía del mundo de la rapiña; no podemos negar que el porcentaje de estos últimos en los primeros años de este milenio crece estrepitosamente, mientras los segundos son lo que son y los primeros escasean.

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