De Parrilla y el poder sobre los pobres

Huesos y Calaveras. Detalle decorativo de una iglesia en Milan, 2012.
Siempre me sorprende como los medios de comunicación privilegian a los
extranjeros para hablar de política del país, como es el caso de Julio Parrilla
en El Comercio. La opinión del referido, por ilustrada que puede ser, tiene que
mostrar el respeto que merece el país que le acoge y más todavía por el encargo
con el cual le han cobijado. Cargo que no justifica en sí sus intervenciones.
El artículo de la semana pasada, en la misma línea de otros publicados por el
medio, se refiere a la campaña electoral en curso en el país, y en el cual no
ayuda, pues no tiene una idea clara, al discernimiento de una elección
política, es una laméntela divagante,  informe
e inspirada -como se lee al inicio del susodicho artículo- en un experiencia de
su país de origen.

La reminiscencia reiterativa que, el articulista Parrilla, hace de las
palabras de la señora Presidenta de la Asamblea Nacional de la cita de una
canción del grupo chileno Quilapayún, resulta 
sospecha, máxime cuando aquellas palabras se han explicados y
contextualizados. Para que pueda entender el caballero podría tener la finezas
de focalizarse en el caso Chevron-Texaco, que es un buen ejemplo de las
actuaciones de los grupos de poder en el Ecuador que han pisoteado a los más
pobres. Evidentemente, quien revise la historia del Ecuador (particular  del Chimborazo) no podrá no retomar las
citadas palabras de Quilapayún como bien lo hizo, en la ocasión, la Sra.
Rivadeneira. O mejor sería citar a Atahualpa Yupaqui, si resultan los términos
citados anteriormente ordinarios: “Que nadie escupa sangre para que otro viva
mejor”.

Estos modos de opinar públicamente, como es el caso de Parrilla,
deberían ser valorados dentro del episcopado, del pueblo católico y sobretodo
de aquellas autoridades que designan a estos eclesiásticos. Resulta, también,
vergonzoso que se asimile a la Iglesia Católica a una transnacional, como se puede
“intuir” de las insinuación en el artículo de Enrique Ayala Moral a propósito
de su denuncia del “despotismo del Nuncio Apostólico”. Como no hacerlo cuando
la Iglesias en el Ecuador no tiene rostros propios.

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