La ceguera: un fantasma


La voz del Barbara Streinsend le enloquecía, le volvía ciego. Al escuchar una de sus canciones favoritas (The best thing you’ve ever done) se perdía en una obsesión: subía el volumen de reproductor de música y cantaba a gritos, su rostro mostraba un profundo estremecimiento; sus ojos cerrados permitían observar como una extraña sombra que descendía a su lado y le acariciaba el lóbulo de una de sus orejas y su cuello con la tersura y la tibieza de unos dedos cómplices, mientras unos cálidos labios besaban sus párpados trémulos que permanecía cerrados por miedo a despertar y a desaparecer… Los secretos que le contaba aquel fantasma emergido de la música le conmocionaba todo su cuerpo con un baile onírico, vertiginoso y placentero.
La primera vez que escuchó a la cantante fue en una tarde de domingo, que inesperadamente sus amigos le llevaron a una proyección del filmes antiguos, para jugarle una perversa broma; desde entonces, inexplicable y misteriosamente, esa imagen le visita, le seduce, le embriaga, le enloquece, le encierra: le ciega. Él no tiene ninguna intención de perder la proximidad fantasmal que adviene con ese canto, es su fantasma, le ama en secreto como saben amar aquellos que se consumen en el amado (el tesoro como dirían Gollum en El Señor de los Anillos de Tolkien) que por cierto es la única manera de amar, lo extraño y lo venenoso, en este caso, es que sea solo un fantasma.

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