¡Ay, Tortolillo! de Leonidas Proaño

Herramientas de picapedrero. Aloag, Pichincha.


La
imposición europea contaminó las sabidurías populares americanas, afectándose también
las creencias
 de los migrantes del viejo
continente; aunque quedan vestigios en el testimonio de las distintas vivencias,
es necesario diseñar y elaborar herramientas analíticas adecuadas para reconocer
las dependencias mutuas y presentar algunas explicaciones, que superen las suposiciones
y las ideas difundidas acríticamente entre los seres humanos de un grupo. Una
de esas ideas es la presencia de las tórtolas, su curioso canto presagia el deceso,
quizá por la interpretación lúgubre del canto de estas aves.
El
diálogo que Leonidas Proaño establece, en ¡Ay,
Tortolillo!
(1928),  explica las emociones
que embargan a la tórtola y que oscilan entre la tierna alegría, de la que ha
sido testigo el autor, y la soledad del abandono, que se presenta en el canto.
Es una de las historias de los amores “eternos” de la adolescencia; un tiempo
en el cual los seres humanos son presas de las ciegas y tiránicas pasiones, que
fluctúan del gozo indefectible a la sumisión de la más profunda angustia, en
pocos minutos:
 ¡Ay, Tortolillo!
En
la enramada obscura
de
un eucalipto,
que
detrás de mi casa
se
eleva altivo,
al
declinar la tarde.
su
bien perdido
llora
todos los días
un
tortorillo.
La
hondura de tus penas
yo
la he medido
y
la crueldad entiendo
de
tu destino:
nada
es tan triste como
vivir
solito,
sin
amor ni esperanzas
¡ay,
tortolillo!
Yo,
que te vi contento,
junto
a tu nido,
arrullar
a tu amante
con
desvarío,

solamente cuánto,
cuánto
es tan vivo
el
dolor que te mata
¡ay,
tortolillo!
Yo,
que envidioso siempre
tu
dicha he visto,
yo,
que cantar amante
siempre
te he oído
libre
de sufrimientos,
hoy
no te envidio
pero
tus penas canto
¡ay,
tortolillo!
Tus
penas y desgracias
lloro
contigo;
a
tu amargado canto
junto
yo al mío;
llora,
llora cuitado
tu
amor perdido,
llora
sin esperanza
¡ay,
tortolillo!
Diciembre
1 de 1928

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